jueves, 19 de noviembre de 2009

Fragmento de IVANHOE (inicio)

En la bella comarca de Inglaterra por la que el río Don discurre sus aguas, había antiguamente un frondoso bosque que se extendía por la mayor parte de los hermosos valles y colinas que lindaban entre Sheffield y la linda ciudad de Doncaster. Aun pueden verse los restos de una espesa selva en los dominios que allí poseen algunas de las más nobles y opulentas familias de Inglaterra.
En esta selva se libraron algunas de las más descomunales batallas de la guerra civil de las dos Rosas, y allí también fue donde, por su intrepidez, destacaron en tiempos pasados valerosos proscritos, cuyas hazañas inspiraron muchas canciones a los jugadores de aquel tiempo. Y allí es, en fin, el teatro de los sucesos que componen esta narración, cuya época se remonta a los últimos años del reinado de Ricardo I, cuando sus afligidos vasallos albergaban más deseos que esperanzas de que regresarse a Inglaterra, después de tan largo cautiverio (1). Los nobles, cuyo poder se había acrecentado de un modo extraordinario, habían recobrado y extendido su antiguo predominio, y no satisfechos con despreciar la autoridad, cada vez más débil, del consejo de Estado de Inglaterra, no se ocupaban más que en fortificar sus feudos y castillos, en aumentar el número de sus súbditos, en reducir a vasallaje a sus vecinos y en consolidar su poder por todos los medios que tenían a su alcance, a fin de participar de una manera directa en las convulsiones intestinas que por doquier se fraguaban. [...]

Completando el paisaje que antes hemos descrito, tenemos dos figuras humanas que, por su traje y por su aspecto, correspondían al carácter rústico y salvaje de aquellos tiempos y lugares. El más anciano poseía apariencia ascética. Imposible imaginar nada más simple que su atavío, que se reducía a una zamarra con mangas, hecha de la piel de un animal, pero tan usada, tan raída y remendada, que era díficil adivinar, por los fragmentos de que se componía, a qué animal había servido de pelaje. El calzado consistía en unas sandalias, sujetas con correas, y unas piezas de cuero delgado atadas a las piernas [...] Poseía una argolla de bronce, semejante a un collar de perro, pero sin abertura alguna y cerrada simplemente alrededor del cuello por medio de una soldadura. Este singular adorno tenía una inscripción grabada con carácteres sajones que decía "Gurth, hijo de Beowulf, vasallo de Cedric de Rotherwood". No cabía dudar de su identidad.



ANALIZIS DEL FRAGMENTO




2 comentarios:

Anónimo dijo...

lol juanis

Unknown dijo...

Pico pa tos los wnes

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